viernes, 30 de diciembre de 2011

UN NAUFRAGIO Y LA NOCHE EN QUE HONSHU SE VOLVIÓ CANÍBAL...

FRAGMENTO: La Carta

Parado sobre la arena veía al alrededor y no encontraba la posibilidad de buscar materia que permitiera dejar una leyenda, un mensaje, mi último escrito, caminando apresurado las olas bañaban los tobillos ya rojizos por tanto sol y sal.

Era ahora cuando más necesitaba un objeto flotante y hueco; un pedazo de papel y carbón. La isla era virgen para encontrar desechos humanos más que los míos, nada que flotará en altamar. 

Cómo podré dejar huella de mi paso por estas tierras más que los huesos que disecarán los vientos. 

Bordeando la isla estaba casi inconsciente un extraño, un intruso, me acerqué cuidadosamente sin que mis uñas rosaran la arena compactada por el agua filtrada, ya estando a centímetros el polizonte de la isla comenzó a moverse, en seguida busque una piedra, no dejé que abriera los ojos en mi paraíso, nueve golpes en la cabeza terminaron con la vida de aquel extraño en una tarde en que la ansiedad llegó a rastras. Lo desvestí y regresé al mar, la naturaleza hizo lo suyo, permitir compartir mi espacio, mi soledad, desesperanza y ansiedad era impensable.

No buscaba a un Wilson o Viernes en esta isla que ya había manufacturado mi tristeza, los sentimientos fueron embalsamados por la salitre diaria, la reacción protectora de lo que me limitaba al mundo, no quería escuchar su historia o que había ocurrido en el exterior del país que fuese mientras estaba hundido en selva y arena. 

Sin tomar ni lo más mínimo de sus pertenencias quería seguir virgen, sin leer alguna tarjeta, credencial o factura, su idioma se quedó fragmentado por cada golpe que recibía en los parietales.

Que carta podré escribir, que comentaré, tal vez escriba que estos días en la isla han sido los mejores de mi vida, las vacaciones que tuve, los días que nunca pedí, el psicólogo que nunca pagué o la experiencia que siempre busqué. Ahora que era autosuficiente a quién contárselo, a quién dejarle huella, rastro alguno si al intruso que había llegado a mi isla había muerto de fractura craneoencefálica de mis manos. No pregunté ni su nombre, si tenía hijos, era heterosexual, empresario o era comunista.

La única carta escrita sería mi mente, los recuerdos, cambios climáticos y hambres que pasé en estas blandas arenas, entonces pasó por la mente el insertarme en una botella vacía y tirarme a la deriva del mar, para así a la llegada de cualquier puerto o embarcación contase las mil batallas que gané contra nativos caníbales y otras falsedades que todo héroe acostumbra a derrochar.

Ya en esto días finales de marzo solo queda resoplar y pensar un poco en la persona en que me he convertido en esta isla que cada día me impulsa a volverme una bestia y dejar de ser aquella persona erudita que me trastorno la ciudad en la que vivía.

RABESH

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